No fue la primera vez que me paré en una clase para enseñar, pero sí fue la primera vez que un grupo de universitarios se sentó frente a mí para aprender.
Una institución muy prestigiosa, por cierto: la Universidad Panamericana.
Pero empecemos desde el principio.
Ocurrió en Guatemala, en la capital.
Había viajado a Centroamérica para dirigir una interesante producción audiovisual y, sólo un par de días antes del rodaje, fue el mismo productor quien agendó el acontecimiento.
– Israel, acabo de hablar con la universidad.
– ¿Universidad?
– Sí; me explicaban que los estudiantes están en período de exámenes, pero aun así, se puede organizar.
– ¿Organizar qué? ¿De qué me estás hablando?
– Te estoy diciendo que el decano vio uno de tus cortometrajes y le gustó.
– ¿El decano? Genial. ¿Y entonces?
– Y entonces pensó que sería una buena idea que puedas ir a dar una clase magistral.
– ¿Una qué?
– Una «masterclass».
– ¿En la universidad?
– Como lo estás oyendo.
– ¡Qué buenas noticias, che!
– Definitivamente.
– Ahora… ¿qué corto le mostraste al decano?
– Y… el mejor que hiciste, obviamente.
– ¿Cuál?
– El del tipo que está desayunando en un bar, y entonces llega la moza con una caja misteriosa.
– Ah… La comedia absurda.
– Ese mismo.
– Bueno… te aviso que no todos piensan que ése es mi mejor corto.
– ¿Qué decís?
– Hay otro, el que es un drama, que probablemente fue más popular.
– ¡Por favor, Israel! Nadie tiene dudas sobre eso.
– No estés tan seguro.
– Además, al decano le gustó la comedia, y eso es lo único que importa.
– Ahí tenés razón. ¿Y cuándo sería esa clase?
– Mañana.
– ¿¿Mañana??
– Mañana de mañana.
– Ah, bueno. Vos sí que no andás con chiquitas, ¿eh?.
Y así fue cómo sucedió.
Esa misma tarde preparé mi masterclass: El Arte de Contar Historias.
Una charla enfocada en la ficción, empezando con la idea del guion y terminando en la postproducción.
Todo muy repentino, lo reconozco.
Pero un hermoso desafío.
Y un posible nuevo comienzo.
Al llegar a la Universidad Panamericana, me recibieron con indiscutible profesionalismo.
Como si fuera poco, me habían preparado un desayuno de bienvenida.
El salón estuvo lleno de alumnos de todos los años: algunos iniciando y otros ya por egresar. Y hubo también varios profesores notoriamente profesionales.
Apenas me retiré del lugar, me puse a reflexionar sobre la experiencia.
Me di cuenta de la importancia de abordar situaciones de producciones reales, y decidí incorporar ejercicios prácticos en futuras masterclasses.
Un crá el decano; unos crás los profesores; y unos crás los alumnos.
Y obviamente, un crá el productor también.
Al otro día, por supuesto, dejé mi gorra de profesor y tomé la de director, para continuar con el rodaje.
Israel Mirenda